22.6.14

3 - De llaves y puertas cerradas.


Levantó todos los almohadones del sillón, revisó cada uno de los bolsillos de los abrigos colgados del perchero, revisó debajo de la alfombra, dentro de los zapatos, hasta en la heladera. No hubo caso, las llaves iban a ganar a las escondidas esta vez y se quedaría sin poder salir, con el vestido puesto y apestando a perfume. Se sentó en el sillón de almohadones desordenados, apoyó los pies sobre la mesa ratona, los zapatos de taco alto huyeron despavoridos rumbo a la alfombra y un bucle se balanceó como un péndulo delante de sus ojos delineados. Se sentía estúpida encerrada en su propia casa. En cualquier momento aparecería Gustavo en la puerta para llevarla a cenar y ya había arruinado su cuarta cita sin siquiera abrir la puerta… o precisamente por eso.
Presa de una rabia lenta y pesada, dio vuelta la cartera para vaciar todo su contenido sobre los almohadones, ya no buscaba las llaves, necesitaba el teléfono y una excelente excusa para cancelar la cita a último momento. No quería hacerlo, Gustavo le gustaba demasiado para dar un paso atrás después de avanzar y avanzar… pensar que esa noche había decidido acostarse con él.
Miró la hora: diez menos cuarto. Tenía quince minutos para salir de la casa y esperarlo en la puerta, ya planearía qué hacer a la vuelta, llamar un cerrajero, meterse por una ventana… quizás ni siquiera regresara. Ese pensamiento la alentó lo suficiente para volver a ponerse los tacos, juntó las cosas desparramadas por el sillón, pasó frente al espejo para acomodarse el pelo y revisar el maquillaje.  Durante unos segundos respiró hondo y suspiró, no se reconocía en el espejo, tanta producción para agradarle a un tipo que le cayó más que bien de entrada… ¿valdría la pena? Se alejó del espejo antes de  que las dudas la asaltaran y el timbre la sorprendiera anunciando la inevitable cancelación de la cita.
Las ventanas de la planta baja poseían rejas, imposible escapar por una de ellas, subió las escaleras hacia el primer piso, se asomó por la ventana de su habitación para ver el automóvil de Gustavo a pocas cuadras y desesperó. Unos metros delante de ella el único árbol cercano extendía una de sus ramas hasta la ventana como un brazo ofreciendo su ayuda. No se permitió dudarlo, se sacó los zapatos, los arrojó al jardín junto con la cartera, se encaramó en la rama y lenta pero segura avanzó hacia la copa del árbol, enorme y oscura. Una vez allí, una oleada de recuerdos la asaltó de improviso, no quiso rendirse a ellos, se obligó a bajarse y a pensar en otra cosa hasta que sintió el pasto humedeciéndole los pies. El corazón le latía enloquecido, las lágrimas rodaban por sus mejillas y Gustavo la observaba con sus enormes ojos oscuros sosteniendo en una mano sus zapatos de taco alto.
Ella no supo qué hacer así que se quedó allí parada, con el vestido levantado, el maquillaje corrido, el cabello alborotado y un rasguño en la rodilla de donde podía sentir la sangre bajando por su piel.
-Hola… perdí las llaves- fue lo único que supo articular y una carcajada se escapó de sus labios.
Gustavo se acercó, le tocó la mejilla húmeda con surcos negros dibujados por el rímel, apartó el bucle que pretendía ocultar cuánto brillaban sus ojos y la besó sin mediar palabra.
-Estás hermosa. -dijo cuando pudo dejar de besarla.- ¿Tenemos que salir a algún lado?
Ella volvió a reír y comenzó a subir por la desvencijada escalera oculta tras el tronco del árbol, cuando estuvo arriba lo ayudó a trepar los últimos escalones. Los ojos de Gustavo se iluminaron al descubrir la casa del árbol abandonada hacía años pero que tenía un efecto mágico en la mujer sentada a su lado, que parecía una niña emocionada. El lugar resaltaba esa sensibilidad y sencillez que tanto le gustaban y que ella se empeñaba en ocultar. Sacó un pañuelo del bolsillo y le secó la sangre de la rodilla mientras observaba divertido sus labios inquietos contándole historias de su infancia, inmensas aventuras pobladas de misterios, amigos y colores. Sentía unas inmensas ganas de hacerle el amor allí mismo, pero qué apuro había, tenían todo el tiempo del mundo porque desde esa noche tuvo la certeza de que nunca la dejaría escapar de su lado.

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