22.8.05

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Suaves roces entre pieles determinan, y a la vez irrumpen a través de, límites invisibles que humedecen mis pupilas malacostumbradas a la luz de la luna.
Cerrá los ojos.
Que los límites invisibles no te detengan.

Libertad.

Incurables ansias de conquista inquietaban sus manos, ocultas en los vacíos bolsillos de su delantal.
Se mordisqueaba los labios con un nerviosismo traidor que delataba sus intenciones.
Una mirada afiebrada escapaba de sus enormes ojos color miel y vigilaba el terreno con una minuciosidad propia de un cazador profesional.
En cuanto vio la oportunidad que esperaba, se lanzó en silencio sobre su colorida presa.
Malena, ladrona principiante de cinco años de edad, se aferró con sus dos manitos sudorosas a la reluciente paleta que sobresalía de la ventana del kiosco.
Corrió lo más rápido que pudo, con dos trenzas volando detrás y el rostro enrojecido de sol, culpa y regocijo entremezclados.
A la sombra de un árbol gigantesco saboreó su botín con una sonrisa pegajosa que no se preocupaba de consecuencias, precios ni caries.

8.8.05

Viceversa.

“cuando vean los ojos
que tengo en los míos tatuados”

Alejandra Pizarnik (16, Arbol de Diana)

Mi mirada tatuada en los ojos de Alejandra me observa desde sus palabras que reflejan parte de mi alma.
La piedra extraída de su locura pende resplandeciente sobre las aguas de este lago que soy a veces. Cae y resquebraja la superficie, despedazando las imágenes atrapadas que se dispersan en diminutas gotas elevándose en el aire.
Forman algodonosas nubes alrededor de mi mirada tatuada en los ojos de Alejandra que me observa mientras las imágenes se vierten en delgados hilos cristalinos que las devuelven a las aguas de este lago que soy a veces.

Natalia Cáceres. 8-11-2003.
(Nada... extrañaba a Alejandra)