16.8.12

Sueños submarinos




"En la vida sólo hay dos líquidos vitales: el agua y el dinero,
y uno tiene que aprender a saber usar ambos con cautela".
(Jacques-Yves Cousteau) 


-Callate que nos van a escuchar, boludo, pasame el gancho y quedate callado, ¿querés?
-¿Quién me va a escuchar si en esta casa no se mueve un solo bicho desde hace una semana? Te pasaron el dato tarde, si el viejo se sacó la quiniela se debe estar reventando la guita en putas por ahí...
-Tiene como ochenta años, ma qué putas, lo más probable es que le haya dado un ataque y lo encontremos frío acá adentro, con toda la platita amontonada para nosotros.
-Si, claro, capaz que la familia no le arrebató ni un peso, está toda planchadita, esperándonos. ¡Dejá de salpicarme las patas, querés!
-Los hijos hace años que no le dan pelota, la vieja se murió el año pasado, a mí los datos me los pasan bien. El viejo está medio chiflado igual, ¿no viste que tapió todas las ventanas? Esta compuerta de mierda me está jodiendo la vida, correte un cacho, dale, yo no te salpiqué un carajo, ¿de dónde sale toda esa agua?
-¡Uhhh! ¡Correte, che... qué mierblurgh....!
Lo que dejó sin habla al Moncho -además del torrente de agua que lo arrojó sobre sus espaldas- fue una figura que pasó flotando a su lado, un viejo envestido en un antiguo traje de buzo con una escafandra enorme en la que podía vislumbrarse un rostro arrugado y sonriente. Al Moncho le pareció el astronauta subacuático más bizarro y escalofriante del mundo... claro que su mundo no era muy amplio que digamos.
La suerte de Tato no fue muy distinta, la fuerza del agua lo metió de cabeza en una gran cucha de madera con el nombre COUSTEAU grabado en grandes letras de imprenta. Menos mal que el ocupante original ya no la utilizaba, sino Tato además del golpe en la cabeza se hubiese llevado de recuerdo los dientes del perrazo en alguna parte del cuerpo bastante incómoda, "Cousteau" nunca hizo mucho honor a su nombre, había sido mas bien un perro muy hijo de puta.
Ambos ladrones fueron hallados inconscientes por la policía y arrestados entre risas, era el comienzo de una reputación irremontable. Más allá de la anécdota que marcaría para siempre la vida de los maleantes alejándolos de las pertenencias ajenas por el resto de sus días, dentro de la vivienda no se halló nada de dinero. El viejo se lo había gastado todo en realizar el sueño de su remota juventud. Había hecho revestir todas las paredes de la casa con peceras desde el piso hasta el suelo y las había llenado con las especies de peces más exóticas y coloridas del mundo. Fuera de ellas, había llenado el resto del ambiente con agua hasta el techo, donde plantas submarinas de muchas formas y tamaños flotaban por todas partes, algunos peces más grandes y hasta un pulpo mediano nadaban sueltos en el agua que ahora se escapaba por la puerta. Los muebles de la casa habían sido sustituidos por restos de barcos hundidos, un timón y un ancla se enredaban en un rincón. El cofre de un tesoro pirata conformaba el centro de la escena, en uno de sus lados podía leerse en letras color verde la palabra Calypso y de su interior surgía una muñeca sirena hecha con tal perfección que nadie pudo quitarle los ojos de encima durante todo el operativo.
A medida que transcurrían las horas, los ojos de las personas trabajando en el lugar se iban humedeciendo más que sus pies. Don Lorenzo, el solitario dueño de casa, había convertido los últimos momentos de su anciana vida en una puesta en escena para el niño soñador, ávido de aventuras, que nunca había dejado de existir en su interior.