15.6.11

Nueva novela.

Buenas, gente! Vengo a contarles sobre un nuevo proyecto de novela que estoy tramando XD
Quienes tengan ganas de darse una vuelta, esta es la dirección del blog: Nuevo proyecto. Tengo escrito bastante más que lo subido, lo iré actualizando de a poco.
Muchas gracias y un abrazo para todos.

28.3.11

Mundos

Se suceden, se superponen. Uno tras otro, sobre otro, bajo dos, junto a ese. Mundos subjetivos en ronda. Se dejan atisbar. Carecen de rejas, de barreras, no tienen cerraduras, ni siquiera puertas. Mundos de palabras, sonidos, ideas. Me llaman, me invaden, me atropellan. Pueblan mi mente de imágenes sin sentido, de palabras descalzas y de frases en flor. Quisiera tomar un racimo de cada uno, ordenarlos por colores, mezclar las texturas y poder blandirlos contra el desasosiego que me provoca necesitar asirlos... pero no poder...

5.1.11

Botones


Marianela abrió los ojos. La luz comenzaba a escasear y el trabajo continuaba inconcluso. Necesitaba aprovechar al máximo la luz del día. Su vista se cansaba con rapidez si la esforzaba bajo la iluminación artificial. Se estiró. Le dolían los dedos de lidiar con hilo y aguja durante tantas horas seguidas. Cinco muñecas más y habría terminado.
Se incorporó entre el montón de cuerpitos inertes que la rodeaban, clavados en ella montones de botones-ojos. Estiró un brazo en busca del carretel de hilo que uniría los miembros a los torsos, los rasgos a las caras; que daría forma a los cuerpos dotándolos de forma concreta.
No pudo encontrarlo.
Marianela estaba segura de que aún le quedaba medio hilo sin usar, y que debía estar en el costurero que descansaba junto a sus rodillas. Nunca erraba sus cálculos, por eso se inquietó un poco al ver que faltaba. Ya no le alcanzaba el tiempo para comprar otro. Por más que revolvió, no hubo caso... había desaparecido.
Avanzó a gatas entre retazos de tela, hebras de lana y tijeras desparramadas, escudriñando a su alrededor en busca del escurridizo que le impedía continuar con su tarea. Dio con un hueco en la pared, al ras del suelo. Tenía que haber rodado hasta allí, era la única explicación posible. No perdió más tiempo, aventuró un par de dedos dentro de la oscura cavidad. Ahí estaba el muy maldito. Lo atrapó presurosa y volvió al centro de la habitación.
Mientras lo enhebraba en la aguja tuvo la sensación de que aquél no era su hilo, si bien mantenía el color, poseía una extraña irisdicencia. Descartó la idea. A esa hora y en ese estado, no podía dar a sus ojos la confianza necesaria para juzgar las tonalidades.
En cuanto comenzó a coser, Marianela se olvidó del mundo. Sus manos parecían autómatas cuyo único inalterable propósito era finalizar la tarea que realizaban sin descanso. A medida que aguja e hilo unían pliegues de tela y pegaban botones a los rostros, mientras la luz del sol huía de este mundo, el taller que siempre había sido su lugar indiscutido, comenzó a poblarse de sombras.
La costurera captaba el entorno a través de sensaciones que su cuerpo traducía en un miedo creciente. Un temor irracional se apoderaba de su alma, centrando su preocupación en las últimas muñecas que terminaba de armar. Las iba depositando en el suelo, a su alrededor. Por alguna inquietante razón las acomodaba en ronda, mirándola. ¿Mirándola? ¿Cómo podrían mirarla desde sus botones inertes? ¿Por qué de repente la hacían sentir tan asustada? Sin embargo, no podía detenerse. Aunque su interior le pidiera a gritos que parara, que saliera huyendo de allí a toda velocidad y no se detuviera ni mirara hacia atrás... no pudo hacerlo hasta no haber dado la última puntada que cerrara el hueco final. Sólo cuando las cinco muñecas estuvieron terminadas Marianela volvió a sentirse dueña de sus manos.
Con los dedos cosquilleantes apoyados en su regazo, paseó la vista sobre su obra. Una gran cantidad de figuras se amontonaba en la penumbra. Todas iguales, el mismo color de tela, la misma lana haciendo de cabello, los botones iguales en lugar de los ojos. La ropa era idéntica para todas. Todas vestidas de rojo y verde. Los motivos navideños le proveían el mayor trabajo del año. Moños verdes, vestidos rojos. Y las cinco muñecas más próximas le provocaban escalofríos sin ninguna razón aparente.
Marianela observó el carretel de hilo en su mano izquierda. Ahora en la semi oscuridad era más notoria la luz mortecina que despedía. Volvió a mirar sus últimas creaciones y descubrió qué tenían de perturbador. El mismo brillo irisdiscente provenía del cruce de hilos que era el centro de sus ojos verdes. Los hacía parecer vivos.
La joven costurera rió en voz alta, sobresaltándose por el sonido y riendo del mismo sobresalto. Demasiadas horas de trabajo contínuo estaban horadando sus nervios. Eran botones, no ojos. Por más que ese brillo extraño los dotara de un aura sobrenatural. Volvió a reír para sentirse menos sola, pero se atragantó al captar un movimiento con el rabillo del ojo.
Giró la cabeza hacia la izquierda para horrorizarse al descubrir que una de las muñecas estaba dada vuelta. Girada, de cabeza. Una posición bastante extraña para mantenerse por sí sola. Marianela las había sentado a todas derechas, con la cara vuelta hacia ella, con piernas y brazos abiertos. No podía quitar los ojos de encima de esa que parecía desafiar los límites de su cordura.
Por un momento, creyó que perdería el conocimiento, que iba a desmayarse ahí mismo, sobre su arduo trabajo terminado. Pero se pinchó un dedo con la aguja y el dolor estabilizó el mundo a su alrededor. Hubiese preferido desmayarse. Contuvo un grito al darse cuenta de que ahora las cinco muñecas estaban en la misma posición. Entonces todas se cayeron, como si hubiesen cortado un hilo invisible que las sostuviera en aquella extraña postura, y ante los ojos horrorizados de Marianela, comenzaron a incorporarse una por una.
La costurera, presa del pánico, comenzó a clavarse la aguja en todos los dedos intentando despertar de lo que debía ser una pesadilla monstruosa. Las muñecas, con su sonrisa de lana, avanzaban hacia ella con los bracitos extendidos en una improbable promesa de abrazo. La sangre inundaba sus manos, el dolor no era suficiente. Marianela tomó un par de tijeras.
Posó la mirada en el instrumento que blandían sus manos y recién entonces pensó que podía utilizarlo como arma. Hasta ese momento nada la había rozado siquiera. Era presa únicamente de su propio terror.
Blandió las tijeras hacia el pequeño ejército de tela que avanzaba con perturbadora lentitud, enredando los dedos húmedos en el mango hasta lograr abrir las hojas en un ángulo suficiente para cercenar la primera parte que osara tocarla. Así fue como la primera de las monstruosas alimañas perdió la cabeza. Dicho suceso no le impidió seguir moviéndose. Esto alteró considerablemente a la costurera que comenzó a gritar mientras intentaba volver a abrir la tijera y quitarse de encima el decapitado engendro que comenzaba a trepar por su rodilla.
Quizá fuera la visión de la sangre. Tal vez la mutilación de uno de sus congéneres. Puede que tuviesen sus propias razones sobrenaturales que nunca nadie fuera a comprender... pero las cuatro muñecas restantes comenzaron a moverse a una velocidad escalofriante. El contraste con la lentitud de la primera hacía la escena aún mas vertiginosa y desesperada.
Marianela intentó volver a blandir las tijeras que se resbalaron entre sus dedos ensangrentados. Sus gritos se transformaron en un llanto espantoso. Nadie querría escuchar jamás un llanto como aquél.
No sabía qué le sucedería, pero estaba segura de que sería horrible y que no sobreviviría para contarlo. Lo sentía en los huesos. Quiso moverse, escapar. Patinó en un charco en que se mezclaban sus propios fluídos. Sangre, lágrimas, baba y era muy probable que también orina.
Su cabeza llegó al nivel del suelo y esa fue su perdición. Las muñecas se aferraron a sus cabellos. Treparon por los mechones hasta su rostro. El que no emitieran el más mínimo sonido hacía que la lucidez de Marianela huyera a pasos agigantados. Los rostros pequeños sonrientes acercándose al suyo. Los ojos-botones que ya no podía negar el hecho de que la miraban. Los dedos de lana hurgando en sus cabellos.
¡Ya basta! ¿Qué prentenden? ¿Qué buscan? ¿Qué quieren? ¡Sueltenme! ¡Yo las hice! ¡Si no fuera por mí no existirían! ¡Suéltenme! ¡Con esta tijera podría deshacerlas!
La exhausta costurera, tras vanos intentos por volver a levantarse, terminó perdiendo el conocimiento en mitad de alguna de las frases que no llegó a saber si gritó o si nunca salieron de su cabeza.
En las horas que siguieron, las últimas de la vida de Marianela, las imágenes se colaron en su cerebro como flashes intermitentes. Retratos del horror. Cada vez que abría los ojos, una escena macabra arrancaba los últimos pedazos de su debilitada razón. Las muñecas maniobraban sus intrumentos de trabajo con destreza y velocidad. La cabeza cercenada fue vuelta a coser en su lugar. Aquellos seres endemoniados comenzaron a devorarse al resto de las muñecas amontonadas y a medida que lo hacían, crecían en tamaño. Podía ver sus bocas abiertas despidiendo la misma extraña luz que el hilo de coser. Marianela sintió pena por los inocentes cuerpos inmóviles, se sentía muy identificada con ellos. Sobre todo cuando los últimos cinco, ya del tamaño de niñas de seis años, se abalanzaron sobre ella, con tijera, agujas e hilo en las manos. Hubo un momento de dolor extremo. Otro de pánico infinito cuando sus ojos fueron arrancados. Después no sintió más nada.
Los primeros rayos del sol iluminaron la escena que se desperezaba en el pequeño taller. El silencio era sólo interrumpido por ronquidos intermitentes. Las motas de polvo que flotaban en el aire se arremolinaron cuando la puerta se abrió.
Los ojos de Delia, la dueña del taller, se abrieron de asombro e incomprensión ante la grotesca montaña que se erigía en medio de la habitación.
Se acercó con cautela, flexionó las rodillas, acercándose para dar crédito a sus ojos, palpando con cuidado para terminar de comprender. No lo logró. Supuso que tenía que existir otra explicación para aquello fuera de que Marianela hubiese perdido el juicio.
La mujer volvió a incorporarse, se cruzó de brazos sin poder dejar de mirar. Sacudió la cabeza y salió en silencio, cerrando la puerta tras ella, intentando no hacer ruido mientras se preguntaba quiénes serían las cinco criaturas dormidas y qué hacian allí, cómo se le podría haber ocurrido a su empleada que alguien querría comprar una muñeca de semejante tamaño como la que las niñas estaban usando de colchón. Era perfecta, sí, el impecable vestido rojo, sus cabellos de lana recogidos con los moños verdes, los enormes y relucientes botones de sus ojos. Delia nunca había visto botones tan grandes... cómo se le ocurría que alguien podría querer...
Y se preguntaba por sobre todas las cosas dónde podía haberse metido esa joven. Pero cuando la encontrara la iba a escuchar, por supuesto que la iba a escuchar...


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Bueno. Es lo que hay. No me gusta :shrug: Es un cuento de terror prenavideño. Empecé a escribirlo para enviarlo a un concurso, pero no pude finalizarlo antes de la fecha establecida. Así que envié otro. Que tenía menos terror que no se que, asi que no ganó nada :XD:
Y este quedó inconcluso. Casi lo termino para navidad, pero tampoco quiso. Lo terminé recién. Y no me gusta. En fin, una porquería.