22.6.14

1 - Duendes de Jardín.



El viento soplaba con una fuerza inquietante, las hojas aún verdes se sacudían aterrorizadas mientras que las secas se dejaban arrastrar sin resistencia alguna. En medio del jardín, un pozo oculto por piedras y pequeños troncos estaba a punto de quedar al descubierto. Una enorme hoja seca revoloteó un instante sobre el agujero para luego continuar viaje hacia donde el viento la quisiera llevar, pero en el segundo definitivo, una diminuta mano se asomó, aferrándola por el tallo y la introdujo a medias en la tierra, luchando por mantenerla en ese lugar sin que se rompiera.
Grof, el rechoncho Duende Guardián del Jardín 84, sudaba y resoplaba luchando con la hoja seca que no quería oficiar de camuflaje para su guarida. Pensaba en el tiempo que le había tomado juntar las piedras, los troncos, acomodarlos para que parecieran naturales, mirar desde todos los ángulos imaginables para saber con certeza que no podrían hallar la entrada ningunos ojos curiosos… y ahora por culpa del maldito viento todo ese trabajo había sido en vano.
El tallo de la hoja se quebró entre sus dedos y la parte superior salió volando arrebatada por la furia del viento.
Grof cayó sentado, refunfuñando entre dientes con el tallo seco aún entre las manos y los pelos blancos de la cabeza y la barba revoloteando sin control. Eso le recordó que su sombrero había desaparecido dos días atrás y su mal humor se intensificó. Se quedó allí sentado, odiando el clima, a los ladrones de sombreros y al perro del vecino (ya no recordaba por qué, pero el odio no se diluía con la razón del mismo), suponiendo que debía tapar la entrada de su hogar hasta que pasara la tormenta. Ya no importaba ser descubierto, nadie en su sano juicio hurgaría el jardín en pleno temporal, pero no quería despertar en mitad de la noche flotando en el agua helada, así que se levantó con gran esfuerzo, trepó por la escalinata de piedritas minuciosamente acomodadas y a mitad de camino se detuvo asombrado. Entre medio de dos escalones asomaba un retazo de tela color verde manzana, flameaba con el viento como si lo estuviera saludando. Lo aferró entre sus dedos y lo acercó a su rostro ceñudo, lo olió con una profunda inspiración para terminar de convencerse. Olía a manzanas verdes. El único jardín del barrio con un manzano era el 82 y Milos, su Duende Guardián, vestía ropas de ese color.
Ahora sí que Grof estaba furioso, indignado, colérico. Se olvidó del viento que amenazaba con hacerlo volar por los aires mientras salía de su guarida, se olvidó de la inminente tormenta que empaparía su lecho de hojas seleccionadas especialmente para soñar con nogales y se olvidó de que odiaba al perro del vecino hasta que éste lo correteó por todo el Jardín 83 a medida que lo atravesaba para llegar al siguiente. Cruzó el cerco hacia el 82 y se detuvo un momento para recobrar el aliento mientras veía las hojas del manzano bailotear la danza del viento y buscaba con la vista la entrada de la guarida de Milos oculta por las raíces del árbol. En cuanto la ubicó, se enderezó y avanzó hacia allí con determinación.
Asomó la cabeza en el hueco apenas disimulado por las raíces, encontró los peldaños y comenzó a descender barajando en su mente sus futuras acciones. En el camino encontró carreteles de hilos de todos los colores, retazos de telas, botones amontonados… ya imaginaba su sombrero mutilado, el rostro de Grof se estaba poniendo morado, igual que el resto de su vestimenta. Vislumbró la figura de Milos de espaldas muy concentrado en la tarea que estuviera llevando a cabo, se acercó un poco más con la vista clavada en el Duende Ladrón de Sombreros y al pararse sobre una ramita seca que el viento había arrastrado hasta esas profundidades, la quebró con su inevitable sonido delator. Milos se dio vuelta y al reconocerlo una gran sonrisa le iluminó la cara, confundiendo a Grof y haciendo que se atragantara con su enojo al punto de no poder ni siquiera gesticular. El Duende verde manzana del Jardín 82 no le dio tiempo para salir de su estupor, lo agarró de un brazo y lo llevó arrastrándolo detrás de si al tiempo que pegaba saltitos entusiasmados hasta la salida de la guarida. Una vez afuera lo empujó con mucha insistencia hasta que logró que trepara con él hasta la copa del manzano, entonces se sentó en una rama, lo invitó a hacer lo mismo y esperó.
 El viento acariciaba el rostro de Grof enmarcado en sus pelos danzantes que le recordaron la ausencia de sombrero, pero la curiosidad pudo más y terminó sentándose al lado del Ladrón que parecía tener algo que confesar. Milos sacó de entre sus ropajes un sombrero color morado casi idéntico al suyo pero con algunas modificaciones y antes de que Grof pudiera retomar el enojo se lo puso en la cabeza y con un par de movimientos veloces sacó del interior del mismo una especie de tiras que procedió a atar en los hombros y axilas del anonadado Duende.
Cuando terminó tampoco le dio tiempo a reaccionar, con una enorme sonrisa y los ojos brillantes por la emoción, Milos se puso de pie y saltó del manzano. Grof no pudo hacer más que retener el aliento y asomarse para ver la espantosa muerte que sería el final del Ladrón de Sombreros, le parecía un castigo absurdamente desproporcionado, teniendo en cuenta que le había devuelto el sombrero… o casi… entonces se quedó boquiabierto. El sombrero verde manzana se abrió de pronto como el capullo de una flor que fue arrastrada por el viento unos metros y entonces  Milos aterrizó lenta y graciosamente sobre las hojas secas desparramadas por el césped riendo como un demente.
Grof no podía salir de su estupor, el corazón le latía salvajemente en el pecho. Cuando Milos terminó de reír y comenzó a hacerle señas para que lo imitara, el miedo lo paralizó. Miró hacia abajo, la altura era considerable, el viento soplaba con mucha fuerza, el perro del vecino le ladraba a través de la reja y una tormenta se avecinaba… debía regresar a su Jardín, tapar la entrada de su guarida para que no se llenara de agua, lentamente el ceño volvió a arrugarse devolviéndole el gesto habitual en su rostro. Sus ojos se posaron en Milos, que parecía rebosante de alegría y despreocupación, pensar que había venido dispuesto a golpear ese rostro… cerró los ojos y sin pensarlo dos veces saltó al vacío. El viento infló su nuevo sombrero como si fuera un paraguas y tuvo que mirar. El jardín bailaba a su alrededor, las flores lo saludaban como a una más de ellas, el perro seguía ladrando pero sin dejar de mover la cola, las hojas secas se arremolinaban en su entorno y volar era tan hermoso que cuando sus pies tocaron el suelo se sintió extraño. Sus ojos se encontraron con los de Milos brillando agradecidos de emoción y su próximo movimiento fue inconsciente, la risa se apoderó de su cuerpo pero eso no le impediría ganar la carrera de vuelta a la copa del manzano todas la veces que fuera necesario para hasta que sus pies se olvidaran que lo natural era estar en contacto con el suelo.

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