Imagen: Blood bowl
En el año 1047 un demonio asolaba la región de Mandsae, aterrorizando a quienes lograban sobrevivir a sus feroces ataques. Hubo un hechicero que logró encarcelarlo. Un poderoso brebaje fue distribuido entre toda la población puesto que nadie sabía quién podría ser la próxima víctima. Todos los habitantes de la región bebieron el preparado sin preguntar cuáles eran sus ingredientes. Uno de los cuales era la misma sangre del hechicero, poderosa sangre santa. La pobre víctima fue recordada como un mártir entre los pobladores de Mandsae que desde ese día en adelante vivieron en paz.
Del demonio se encargó Serbenhi, el mencionado hechicero.
Arrastró el cuerpo dormido de la bestia (no era posible matarlo, ningún ser
vivo poseía el conocimiento para lograr dicha empresa) hasta el fondo de una
laguna, donde tuvo la prudencia de enterrar la mitad de su cuerpo, enredándolo
entre las raíces de un árbol, le costó mucho tiempo y esfuerzo, terminó
agotado, pero sabía que era imperioso que nadie lograra moverlo de su lugar de
descanso.
Luego se quedó tranquilo, ya que la única manera en que
lograría despertar sería entrando en contacto con su poderosa sangre de
hechicero entremezclada con ciertos hongos de su reserva secreta. Aún así,
montó junto a la laguna un precario puesto de vigilancia para que el mínimo
indicio que revelara actividad en las aguas fuese comunicado de inmediato a él
y su familia.
Pasaron los años y no hubo novedad.
El puesto de vigilancia se fue ampliando con la llegada de
la civilización a la pobre región de Mandsae (nombre que le habían designado
sus antiguos habitantes). Siglos más tarde se había convertido en vivienda y ya
nadie recordaba la designación original de la edificación, que se convirtió en
un caserón pintoresco. Un puente de madera fue construido sobre la laguna. El
paisaje no podía ser más lejano del que fuera allá por el principio de milenio.
Sucedió una noche entre 1960 y 1980, nadie parece querer
recordarlo con precisión. Una fiesta tuvo lugar en la casona junto a la laguna.
Una fiesta llena de jóvenes desenfrenados en que las sustancias ilegales
circulaban sin límite alguno.
En plena madrugada, muy pocos de los concurrentes lograban
mantenerse en pie. El dueño de la casa, un joven impetuoso sin temor a nada, se
desafió a sí mismo a cruzar la laguna de lado a lado de un solo salto. De más
estará decir que su mente obnubilada por los estupefacientes no tenía noción de
la distancia. Habrá que aclarar el hecho de que se olvidó de la existencia del
puente.
El joven tomó carrera y al llegar a la orilla pegó el salto
más largo que le permitieron sus piernas. No fue suficiente, por supuesto. Su
cara dio de lleno contra el puente, volándole un par de dientes, quebrándole el
tabique, cortando su vuelo y precipitándolo inconsciente en las aguas frías y
oscuras.
Bendita inconsciencia.
Nunca podría haber sospechado el hechicero Serbenhi, que
poco más de novecientos años después de su gran hazaña poniendo a dormir al
demonio, la gente utilizaría sus preciados hongos como alucinógeno. Menos aún
que su único descendiente vivo se precipitaría estúpidamente de cara contra el
puente, inundando las aguas de la laguna con su sangre contaminada de los
mismos hongos que narcotizaran al voraz demonio.
En las oscuras aguas de la laguna, un par de ojos se
abrieron, despidiendo una tenue luminiscencia rojiza que se intensificó al oler
la sangre y el cuerpo inerte precipitándose hacia él. El primer bocado en casi
un milenio.
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