12.10.08

Nutrición Literaria

Hay autores que hacen más que influir en nuestra forma de escribir. Existen escritores que más que inspirarnos esas letras que nunca creímos poder plasmar, nos nutren.
Me pasa, al menos a mí. Con dos en particular.

Uno es Julio Cortázar. Leyéndolo despacio, saboreando cada frase más de una vez, siento un pequeño vértigo interior al reconocer parte de mí en imágenes jamás imaginadas. Me descubro sonriendo ante un párrafo que siento parte de mi mundo interior como ninguna otra cosa.
Me emociona su inocencia casi premeditada, su inteligencia clara y su facilidad para contarte las cosas como si fueras un niño pequeño que no sabe nada del mundo. Leyéndolo me asombro de la vida cotidiana a través de sus ojos, que nunca pude mirar literalmente. Agradezco cada momento que puedo mirar en sus ojos "literariamente" y perderme en su prolífica imaginación, ganando TANTO en ese sólo acto.



Otra es Alejandra Pizarnik. Con ella es diferente. Nunca en la vida leí poesía tan despacio como con ella. Necesito sumergirme en cada palabra, empaparme de su sentir, dejando que su melancolía fluya a través de mí para entrar en comunión con el poema. Es la única manera de leerla; y, por supuesto, en silencio. Es como un ritual.
Ella me habla de paisajes que me resultan ajenos y en el momento del contacto con sus palabras, de súbito, me pertenecen.
Su visión tan particular de la vida y la muerte me conmueve en un lugar muy profundo, casi diría prohibido. Me deja una sensación de desasosiego mudo, tierra fértil para escribir mil cosas, como si surgieran de ese estado anímico que me produce; una especie de trance.

Es así que muchas veces siento la inmensa necesidad de leerlos para preparar el terreno de mi alma, transformarlo, llevarlo a ese estado tan particular que me producen, para poder cerrar los ojos, respirar hondo y dejar que las palabras fluyan como agua desde mi interior. Como si sólo ellos, desde donde quiera que estén, supieran abrir esa compuerta.