11.8.07

.: III :. (Adoración)



"Cuello de cisne... Tiene cuello de cisne. Me desesperaría si me fuese negado volver a ver ese cuello."
Detrás de ella podía verse el río gris bajo un cielo del mismo color, que hacían juego con sus ojos. La palidez de su piel recortaba su figura del entorno y le impedía fundirse en él. Los movimientos pausados le daban un aire de pavorosa irrealidad. Inclusive el viento en sus cabellos parecía soplar con inusitado cuidado, como si fuese una estatua de sal y pudiese desmoronarse. Era tan frágil su apariencia que Sebastián sintió un involuntario escalofrío.
En ese momento ella posó la mirada sobre la suya y él pudo sentir el rubor trepar por sus mejillas. No supo si le sonrió, lo ignoró o hizo un gesto de fastidio, porque no se animó a volver a mirarla.
Así era siempre... y así sería siempre. Era demasiado tímido para hacer otra cosa que sonrojarse y bajar la vista.
Se miró los pies, deseando estar en otra parte pero sin que su repentina partida pusiera en evidencia su verguenza.
Oyó la voz de Sergio, riendo despreocupado, mezclada con la de Diego, que lo instaba a apurarse o llegarían tarde a clase.
Sobresaltado, la buscó con ojos ansiosos. No podía compartirla con ellos. Nunca comprenderían. Lo empujarían a hablarle, a acelerar las cosas. Lo urgirían a un encuentro para el que nunca estaría preparado. No, no podía contarles.
Sergio y Diego eran los únicos amigos que tenía en ese momento. Y no era mérito suyo. Ellos eran sociables por demás. Se le habían acercado, tomado las riendas de la conversación y todo fluyó solo. Estaba bien que así fuera. No podría haber sido de otra manera.
No estaba hecho para los contactos sociales. Desde pequeño había rehuído de relacionarse a menos que no le quedara otro remedio. Cada vez que cambiaba de ámbito dejaba atrás todo lazo débilmente construído.
Había pasado dos años de facultad sin dejar que se le apegaran demasiado sus compañeros, pero en el último no había podido evitarlo.
-¡Seba! ¡Ahí estás!- lo reclamó la voz de Diego.
Su mirada se perdió en el río. Nada la detuvo. Sonrió agradecido mientras sus amigos se acercaban y lo observaban extrañados.
-¡Dale, pasmado! Llegamos tarde. Ya sabés que cuando se trata de números tu presencia nos es indispensable.- lo apuró Sergio y agregó entre risas:- A menos que se trate de conseguir un número de teléfono, obvio.
Ambos se miraron divertidos y Sebastián dudó unos instantes si lo habrían estado observando un tiempo antes de llegar.
Sacudió la cabeza, se levantó y se encaminaron al aula. No había forma de saberlo porque no iba a preguntarles.
Una vez en clase, sentado junto a la ventana, se puso a contemplar el río gris bajo el cielo gris. Hacía falta su blanca figura rompiendo la monotonía del paisaje. Hacía falta su grácil cuello de cisne y su lenta fragilidad deshaciendo el espeso manto grisáceo de su horizonte.

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